‘La casa de Jack’, la Divina Comedia de Lars Von Trier

Lars Von Trier siempre ha mostrado una debilidad especial por retratar el horror humano buscando su belleza implícita. Tanto en ‘Anticristo’ como en ‘Dogville’, exploró la relación entre la brutalidad y la bondad, tendiendo a los extremos como forma de explicar lo que sucede en la psique de unos personajes que acaban sumidos en su propio veneno. En ‘Melancolía’ y las dos partes de ‘Nynphomaniac’, en cambio, se dedicó a perturbar desde la imagen, bastante más contemplativo y retórico, pero tratando de componer un método en el que cupiesen las dos maneras de escribir sobre el tema. Algo así como la Teoría del Todo llevada al cine. No lo consiguió porque el fondo no podía sostenerse entre tanta extravagancia formal, entre tanta sombra. Ha tenido que esperar varios años, pero parece que por fin ha encontrado la fórmula en ‘La casa de Jack‘, una epopeya ensayística sobre la condición humana con infinidad de referencias a la Divina Comedia. De hecho, es una adaptación no reconocida de la obra de Dante Alighieri. A un ser humano cualquiera le obsesionan los límites, ya sea porque quiere encontrarlos para trascenderlos o porque no quiere ni oír hablar de ellos. Del mismo modo, a un arquitecto le obsesionan el equilibrio y los materiales. Von Trier, para aunar estas dos vías en el mismo discurso, ha optado esta vez por el retrato que no es necesario explicar, porque cuando te has recompuesto del primer golpe, resulta que tienes la cabeza reventada.

La casa de Jack

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Nadie sabe ‘Lo que esconde Silver Lake’

Cuando empleamos la palabra «universo» para definir el estado de las cosas en Hollywood no es vano. En torno a las colinas y barrios lujosos de Los Ángeles han orbitado leyendas negras, mitos desconocidos, sectas, organizaciones ocultas e historias para no dormir, como si las zonas aledañas comprendiesen el perímetro de un vórtice en el que sólo se generan medias verdades y putrefacción con envoltorio de purpurina. Los que han ido de vacaciones suelen decir siempre lo mismo: la atmósfera que se respira es distinta, es como si todo formase parte de algo definitivo, extraño, fuera de lo mundano, definido para alcanzar la divinidad, condenado a los infiernos. David Robert Mitchell, como un nostálgico orfebre de la cultura pop, se inventa ‘Lo que esconde Silver Lake‘, una película que bebe de los Coen más absurdos, del Lynch más desternillante y de la figura del stalker para realizar una radiografía en clave de humor sobre los recovecos de la cultura del entretenimiento y el arte en la era de Internet. El gran soñador americano que, no pudiendo pagar la renta de alquiler, se obsesiona con los mensajes ocultos en los discos de rock esotérico, la forma sensual de la mujer y absolutamente cualquier elemento fundacional del star system hollywoodiense.

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‘Aquaman’ se queda a vivir en la orilla

Un pasito más era lo que le pedíamos a DC en su universo cinematográfico. Para compensar los dos que dio hacia atrás con ‘La Liga de la Justicia’. Para encauzar una trayectoria que alcanzó el culmen con ‘Wonder Woman’. Sin embargo, con ‘Aquaman’ prefieren moverse lateralmente, aprovechando el impulso de un personaje queridísimo por el imaginario colectivo para construir una película cómoda, entretenida y ligeramente ajena a su carga política. Encorsetada en el clásico esquema de presentación-dilema-fracaso-romance-batalla final. Para no aburrir, James Wan ha buscado la trascendencia a través del plano formal y la hostia a mano abierta, olvidando el conflicto que debería generarse en el interior de Arthur Curry ante el detonante que inicia su particular viaje del héroe. Existe cierto miedo en Warner a seguir el camino del oscurantismo, a insistir en el estilo de la película con la que empezó todo: ‘Batman v. Superman’. Hubo otros problemas muy distintos al tono en la de Zack Snyder, pero Atlantis no parecía estar dispuesta a recibir el mismo trato, así que por qué no vamos a abrazar la belleza de la luz, el color y las secuencias de acción a mil por hora. En este sentido, Wan demuestra no sólo que es un esteta y un gran compositor de planos, sino que, en suma, conoce a la perfección los códigos para dinamizar una historia cuando esta ha nacido ya agotada. Su contenido, absurdo y disparatado, es tan la primera de ‘Thor’ que a veces se te olvida que no es de la Factoría Marvel, que no es Chris Hemsworth el protagonista. A propósito, se han preocupado de buscar un perfil similar al australiano, reconocible a la legua. En mitad de este galimatías de referencias dispares, lo que sí resulta satisfactorio es analizar cómo, aunque su limitada capacidad de sorpresa pesa como caída del cielo, ni de lejos evita que quites la vista de la pantalla. Quizá sea este el gran triunfo de ‘Aquaman’, hipnotizar con un show anfetamínico a pesar de una propuesta lineal y bastante simplista.

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‘Roma’ es el mejor regalo de Navidad

Cada vez que veo un avión en el cine, me acuerdo de los Vetusta Morla cantando los acordes de ‘Copenhague’. Gente que busca afecto aquí y allí. Gente desubicada. Gente que puede y gente que sólo quiere encontrarse. Alfonso Cuarón ama ambas cosas, así como descubrir los caminos que conjuguen vida y muerte a través del arte. Roma‘ es una píldora de realidad incómoda para curar la desmemoria, el desamor y la pérdida de uno mismo. Es una muchedumbre jaleando, pisándose, regresando al primate en un plano externo, mientras una embaraza sonríe al ver la cuna de su futuro hijo. Una realidad en dos planos diferentes, porque cada uno tiene su verdad y la cuenta como quiere. Los que viajan saben de esto. Cuarón es muy inteligente como narrador, juega con las figuras retóricas como Larra, simboliza lo íntimo como Sorolla, coloca empatía frente a la deshumanización de un revólver como un maestro costumbrista. El amor rivalizando con la ira. El ser humano definido en cinco segundos, sin palabras.

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Asumir la culpabilidad

Kevin Spacey

No hay Dios capaz de echar por tierra que el concepto de inmediatez ha evolucionado durante estos últimos dos años hasta romper sus propios límites. En un entorno donde las redes sociales han pasado a ser el amplificador de la justicia social, la plaza pública virtual donde ahorcar a culpables e inocentes y sustituir el sentido absoluto de ecuanimidad por el de venganza, la necesidad de llegar primero se ha convertido en una máxima. Independientemente de que esto ayude o no a nuestra causa, defensa o argumento, debemos adelantarnos a la profusión de prejuicios, descalificaciones y lectura de derechos que nos fabriquen un ataúd del que es casi imposible escapar. Tan pronto como consigues miles de corazones en apenas 140 caracteres, caes al infierno y te plantan, a veces sin posibilidad de retroceso, un pijama de madera. Lo único que provoca su supervivencia es cuando la ocasión no merece sino lo mismo que en otras se denuncia: atención al detalle.

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Millie Bobby Brown, del Demogorgon a Godzilla

Millie Bobby Brown

Nos despertamos con la noticia de que Millie Bobby Brown, musa de la moda posmoderna y protagonista de Stranger Thingsse ha unido al ‘monsterverse’ que Legendary y Warner Bros. están edificando sobre Kong y Godzilla. Evidentemente, se trata de una incorporación a largo plazo, de modo que la jovencísima actriz y modelo fotográfica sea la futura mediadora en un planeta capitaneado por dos figuras beligerantes. Pero la cuestión, más allá de que también tenga algo que ver con una estrategia de marketing para conectar con el público de nuestro tiempo, es si Bobby Brown, quien crece demasiado rápido para la edad que tiene, está realmente preparada para dar el salto desde un juego de mesa infantil (en su versión más ofensiva) hasta la máxima representación cultural del terror en Japón. Recordemos que The Godzilla fue concebido por una madre procedente de la fisión nuclear y un padre creado en base al proletariado nipón. Ya no hay que proyectar las voz y rabia contra un engendro, el Demogorgon, que vive en dos planos realidad casi simultáneamente, sino contra la imagen de un sentimiento social más importante de lo que sus parodias nos han contado sobre él.

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