The Danish Girl

The Danish Girl es el paradigma de las historias que, pudiendo ser emotivas sin responder a la lágrima fácil, se pierden en lo preciosista del enfoque llevado a cabo por su director, Tom Hooper en este caso. La parquedad sentimental a costa de un polvorín de colores, texturas y vestidos se hace notar en los rostros de Eddie Redmayne y Alicia Vikander, ambos por encima de la obra y conjuntando sus interpretaciones de manera brillante. Hooper ha optado por la perspectiva fría de un relato arrollador, un relato desperdiciado entre bambalinas y coreografías afinadas en un pentagrama plano pero muy vistoso.

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Sus fórmulas están empeñadas en no alterar el ritmo, en permitir una historia lineal que bien podría provocar una contienda de sentimientos encontrados, en dejar la emotividad a cargo de un par de secuencias que contenten al espectador ávido de otra interpretación para la historia a cargo de Redmayne. Sin embargo, no sorprende, abandona toda pasión para centrarse en una recreación de espacios hechos a encargo y volverse contra todo enfoque que requiera algo menos de belleza y algo más de garra. The Danish Girl supone la constante sensación de, como resumía Fitzgerald en El Gran Gatsby, «entreabrir los labios esforzándose como un mudo, con la fuerza de una ráfaga huracanada, para no exhalar sonido alguno y perderse las palabras para siempre». Un compendio de diálogos muchas veces intrascendentes que encienden la pesquisa cohibida del protagonista, amanerada y admirable. Hooper se reafirma en su habilidad para sacar imágenes de una belleza trémula alimentadas (y necesitadas) con la emulación de situaciones comodín, donde el sufrimiento parece haber escogido el camino más corto y fácil, situaciones previsibles que no inician una exploración por otras sendas de las vidas de Einar y Gerda Wegener. Todo es superfluo en el guión de Lucinda Coxon, aunque muy hermoso ciertamente. La elegancia y el salto alrededor de los clichés son valores que empujan a la película, con planos donde parece no sobrar nada, donde todo parece estar sereno y dispuesto para el siguiente cuadro. Tampoco resulta fatigosa, si bien una trama tan pura y potente como esta no debería conformarse con un ejercicio simple, correcto, con un aceptable poder visual demasiado edulcorado. The Danish Girl se inunda de estética en lo que ya tiene suficiente brillo, es humana y a veces conmueve pero, en líneas generales, resulta un drama decepcionante por su falta de profundidad en una disyuntiva compleja. Un producto sólido para el gran público, pero indeleble a ojos del espectador que busque introducirse bajo la piel de Lili Elbe.

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La capacidad de transformación que posee Redmayne es comparable a lo que narraba Gustave Flaubert en Madame Bovary. Consigue que cada gesto parezca de otro personaje, que cada mueca borre otra de su homólogo, que cada vez que toma el protagonismo le traslade al espectador el deseo por ver a esa tímida y recatada dama con miedo a ser descubierta en el juego con su esposa. Una verdadera clase de interpretación, unida al recital de Vikander como la demostración más pura de un amor que traspasa cualquier prejuicio, dejando a un lado el egoísmo y dedicándose a cuidar de una especie única hasta el momento. Poesía interpretativa es lo que fabrican cuando conjugan sus papeles en un mismo propósito.

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Hooper no escapa del intento por pintar un cuadro que sólo muestre la delicadeza de un personaje del que afirma cosas hermosas, pero parece olvidarse de ellas: «Su espíritu valiente y pionero aún sigue vigente como inspiración para el movimiento transgénero actual». Una película a la que le falta corazón y le sobran aristas predecibles y preciosistas.

Sean felices.

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